(Gustavo Carpio C.)
Hay muchas formas de morir, una de ellas, la más conocida y silenciosa, es el amor.
Caes en un tibio o a veces, incendiario calor aletargado, cercano a la locura, y con ello, crees poseer el mundo. y así lo es.
No te importa nada o nadie más, pero hay tanto por ver y conocer…
Quieres vivir y morir junto al personaje que acompaña tus sueños la locura y la pasión van de la mano; y así lo es.
Ángeles y serafines revolotean contigo, te confieren alas, te elevan y conoces tierras de infinita fertilidad; en tu inocencia los puedes acariciar, y te bañan de vida y luz. Y así lo es.
En un infame descuido, ceden tu cuerpo al vacío, y la gravedad hace lo propio, pero incluso el aire cual espada abre grietas a tu piel, y tus alas se reducen a cenizas, regresas al principio pero ya no estás allí, no mas. Y así lo es.
Ya nada es igual. Te sobra piel.
Ya nada es igual. Plateada brilla tu melena.
Ya nada es igual. Te sobra el cansancio.
Ya nada es igual. Te gana la edad.
Bien venido a la tierra otra vez, donde eres polvo y polvo serás.
Poco a poco sin siquiera darte cuenta, y solo hasta que ya han pasado decenas de años asimilas que eras otra persona, con sueños distintos a los de hoy, Ambiciones distintas y hasta tu apariencia a cambiado.
¿Dónde está el vórtice? Con pena tengo que admitir que solo hasta ahora lo me doy cuenta.
Dónde está el amor incendiario.
Dónde estás tú.
Dónde yaces.
¿Cuándo cavaste tu propia tumba?
¿El amor es ciego?
¡Eso es mentira!
El amor es antes cegador.
¿Ya te diste cuenta?
Y ahora que vas a hacer.
¡Tengo a tantas teorías y pocas certezas!